Pascuala Meneses, pudo luchar por la libertad, falseado su propio nombre y asumiendo un rol de "granadero"

Fugazmente aparece en la historia, como muchas otras mujeres que con justicia, son reconocidas a través del tiempo por sus aportes a la Emancipación Americana y al Cruce de los Andes. Pascuala Meneses, chilena de origen, que vivía en Mendoza cuando se estaba formando el Ejército de los Andes, queda casi olvidada.

La rescataron, Héctor P. Blomberg, allá por 1932, luego Lily Newton en su biografía de mujeres argentinas en los 80, y no figura en ningún texto más que remarque su condición de granadera. Finalmente B. Gonzáles Arrilli la reconocieron como tal. De acuerdo a las crónicas, esta joven de 19 años se presentó en el campamento de Plumerillo en 1816, suprimiendo la última letra de su nombre y se sumó al batallón y partió el 18 de enero de 1817 como parte de la columna de Las Heras, integrando un contingente de 30 granaderos al mando del capitán José Aldao y destinada al Regimiento de Granaderos a Caballo. No se sabe ni la fecha de su nacimiento ni la de su muerte, por lo que es desconocida la edad de Pascuala por los investigadores.

Acostumbrada desde niña a las labores campestres, sus codeos con los arrieros y campesinos, su mal modo de hablar, le ayudaron a ocultar su identidad verdadera. Fue una mujer de clase baja, excluida de las damas mendocinas que colaboraron con el Ejército del Gral. San Martín. Debemos recordar que ninguno de los militares en las épocas de la revolución aceptaron que en las milicias hubiera mujeres dado que aseguraban que San Martín había reclamado que a nadie se le ocurra mandar hijas que estén en edad de cuidar sus casas, que no pretendan desafiar las altas cumbres, ya que estos terrenos son para hombres. Lo mismo planteó Belgrano en la región del NOA. Mujeres incapacitadas para cruzar Los Andes, por ser débiles y estar preparadas para tareas "femeninas". Cuando se presentó en Plumerillo, afirmó que era de Mendoza y su
condición como voluntario. Pascual(a) tenía su mayor presteza y habilidad para realizar todas las faenas menudas, algunas de las cuales no eran habituales para los soldados: coser un botón, darle unas puntadas a una manga, sujetar un desgarrón del capote, freír un par de huevos, mondar unas papas, lavar un pañuelo.

Fue con un "ponchito a media cadera y un chifle de agua", a ofrecer sus servicios en el cuartel, conforme se les convocaba a los mozos para las cruzadas de la emancipación. Ella era tan pobre, hosca, huraña que estaba habitada por las necesidades a vivir en la intemperie, viajar a lomo de mula, era una baqueana de la Cordillera. Sin joyas, sin bien alguno y sin familia. Ella es la contracara de las mujeres de la élite que anteriormente se planteó.

Según una de las anécdotas sobre Pascuala, se afirma que cuando todo estaba listo "para la de vámonos" conforme dijo el Jefe "sin que faltara un hombre en las filas ni un clavo en las herraduras", San Martín notó que le sobraban 130 sables. "El que ame el honor venga a tomarlos", escribió. Y concurrieron más de ciento treinta requeridos, ella era uno de ellos. Estaban ya en Uspallata, cuando así se descubrió el engaño.

El muchachón era una mujer. El mismo Las Heras sorprendido y emocionado le dio orden de despojarse del uniforme granadero y volver a sus "pilchas femeninas", para retirarse del ejército. Pascuala Meneses dejó su indumentaria militar y para salir del campamento debió vestir un capotón de los grandes. No disponía de ninguna prenda de mujer ya que no había nadie en él.

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